Ya casi ha pasado un mes desde que Antonio Vega nos dejó. No voy a repetir de nuevo todo lo que han dicho los medios de comunicación en esos primeros días en los que se conoció la fatídica noticia. Todos se volcaron en él, algo un poco irreal, pues Antonio siempre ha sido un músico muy respetado y conocido desde la distancia, la distancia de los que están a un lado del primer plano mediático. Cuando sacó 3000 noches con Marga pudimos ver, por ejemplo, algún reportaje en algún periódico, pero poco más.
Hay una cosa que creo que recordaré cuando en un futuro hable de Antonio con los colegas, amigos o aficionados. Desde hace ya varios años era consciente de que Antonio podía sorprendernos cualquier día con su marcha, dado el estado tan frágil en que solía encontrarse. Pero cuando me enteré de su muerte no me lo creí enseguida, busqué información, me enteré de aquí y allá de qué pasó. De repente sentí la necesidad de buscar alguna canción y ponérmela, fui directamente a Youtube, una, otra... y me sorprendió ver que había tantísimas personas como yo que estaban haciendo lo mismo: sus comentarios registrados contaban segundos, todos ellos despidiéndose de Antonio.
Pero si hubo algo que me molestó de veras de la comprensible pero inesperada súper-cobertura de la muerte de Antonio Vega fue la reacción de la SGAE y de EMI. La SGAE se volcó también con la muerte del músico, informando de la noticia, luego con la capilla ardiente en la sede de la entidad (Antonio Vega, como músico maldito, aún no lo relaciono del todo con esta atención tan respetuosa de la SGAE). Mi indignación vino al encontrarme, a menos de una semana de su muerte con un disco recopilatorio póstumo del sello EMI. ¿Pero esto qué es? Me dio una arcada, ¿así homenajean a Antonio? ¿Sacando un disco con dos CD’s y un DVD tres días después de su muerte? ¿Es que ya tenían el maldito álbum preparado para cuando llegara el día? Y critico también a la SGAE, que al fin y al cabo es la primera que se embolsa el dinero de los derechos de ese bochornoso recopilatorio. Así funciona la industria, sí, un par de lagrimitas diciendo: “qué pena”, y luego se convierten en buitres carroñeros que se lanzan a por la pasta y se aprovechan del marketing jugoso y rastrero. Un poco de respeto, por favor, ¿no podían ni esperar un tiempo prudencial, un tiempo de luto y de respeto? Ah, claro, es que un mes después ya casi nadie habla de su muerte… Qué triste, no se molestan ni en guardar las apariencias.
Ahora, eso sí, si copiaras o te bajaras un disco de Antonio porque no lo encuentras en tu tienda o porque el precio del disco aún te parece abusivo, enseguida la SGAE vendría con eso de respetar la propiedad intelectual de los autores (y a liquidarte tu cuenta bancaria, claro…). Venga ya, y sacar ese recopilatorio es muy respetuoso, ¿no?
Al menos, me ha alegrado saber que otros internautas se han quejado de la salida del disco, que, por cierto, ni siquiera es el recopilatorio ideal, faltan canciones que deberían estar en los CD's de audio (y que alguna esté en el DVD no me vale). Termino mi particular homenaje-queja con una de las canciones que faltan en ese… álbum de EMI. Tengan seguro que no lo compraré.
Las ganas de hablar de Ponyo superan mi dejadez y mi baja estima con la escritura. Esto no es una crítica formal, son algunas impresiones (si no acertadas, os aseguro que bien sentidas). Vamos allá.
Comienzo con algo que ya ha dicho todo el mundo, pero a mi manera: Ponyo es la película más infantil de Miyazaki, con diferencia, pero eso no es para nada negativo. La ausencia de la riquísima “doble proyección” de sus películas (me refiero a las impresiones tanto para niños como para adultos) se compensa con una historia tan sincera y orgullosa de ser infantil que transporta a aquellos dispuestos a volver a la infancia, casi sin que quieras. Al fin y al cabo es lo que hace Miyazaki, no creo que haya nada más bonito en un animador de 68 años (cuyas cuatro últimas películas cosecharon un barroquismo lírico) que volver a sus inicios tanto formales (por el uso del lápiz en todo el proceso de la película y la sencillez del relato) como espirituales (la infancia idealizada). Hasta su forma de presentación y cierre ya nos dice que estamos ante un cuento, como una de esas fábulas ilustradas que se compran en las librerías.
De hecho (y reconozco que esto va dirigido a los detractores que sentencian a Ponyo con un “es que es muy infantil”), la película tiene algunos de los mejores momentos de toda la filmografía del director(ese travelling de Ponyo saltando sobre los peces persiguiendo al coche...).
No es cierto tampoco que el cineasta vuelva completamente a sus orígenes, algunas de estas secuencias derivan del derroche audiovisual de Mononoke, Chihiro y Howl (como la descrita en el paréntesis anterior). Es volver atrás con lo que te ha dejado el presente.
Sin embargo, algunos de esos momentos más sentidos son de una sencillez encantadora. Y ahí es donde estriba uno de los mejores hallazgos de la película: los sentimientos de los infantes, porque uno de los momentos más tristes para un niño es cuando cree que su mascota ha muerto, o cuando simplemente ha perdido el tesoro que ha encontrado esa misma mañana…
Hay otra cosa de Ponyo que me ha llamado la atención, y parece que soy unos de los pocos a los que le ha ocurrido esto. ¿Por qué me gusta tanto el personaje de Fuijimoto? El que sería el "malo" de la película, un tipejo que identifico con los brujos de los cuentos y que Miyazaki lleva a su terreno, otorgándole una misteriosa profundidad dramática que no desarrolla, perfectamente adaptada al tono desenfadado del film (de hecho es bastante humorístico, algo que siempre somos nosotros, los pobres desgraciados). Es como el primo lejano y tranquilo del Moriarty de Sherlock Holmes, pero sin tanta locura.
Si Miyazaki escribe su historia más infantil, Hisaishi sabe qué es lo que tiene que hacer:con la música: mayores recursos descriptivos y temas de personajes profusos e ilustrativos. El preludio que sirve de eje central, más allá del tema principal de Ponyo, el tema de la madre, el de Sosuke… son maravillosos y la forma en que la película pasa de unos a otros son de una soltura exquisita.
He aquí un ejemplo del buen hacer narrativo de la banda sonora: hay un momento en el que se superponen los temas de Ponyo y Sosuke para reflejar el grado de compenetración al que han llegado estos dos. Sencillo, claro y delicioso.
Y si Miyazaki se entrega al 100%, Hisaishi ya sabe que debe hacer lo mismo, quizás por eso, para engrandecer el sentido de fábula wagneriana Hisaishi recurre a los coros (recurso poco utilizado en sus composiciones), y hasta a una clara referencia valquiriana muy acertada, dado el nivel de surrealismo y el abrumador torrente imaginativo que llega a alcanzar la película.
En la resolución de la película, Miyazaki está a punto de desbordarse, pero el timón de su barco ya se dirige a buen puerto, dejando aquella resolución de El castillo ambulante en un descuido imaginativo. Eso sí, alguna que otra oleada nos la deja a nosotros para que le busquemos su cauce, como bien acostumbra.
Hasta aquí puedo decir. Adelante, llámenme infantil.
P.D: Si te ha gustado y quieres hacer alguna contribución puedes regalarme un peluchito de Ponyo.
Como todas las cosas importantes que suponen un antes y un después para uno, Deseando amar vuelve a mí. ¿Sabéis qué programa es Videodrome de Radio 3? Yo tampoco lo conocía, es uno que va de contar películas. Pero no de una forma burda que te la estropee, sino con admiración, máximo respeto e introspección, animándote a verla o a redescubrirla de nuevo.
Y qué grata sorpresa, es un programa estupendamente realizado, se nota que han comprendido por completo la esencia de Deseando amar. Me parece una muy buena forma para descubrirla o para ahondar en las maravillas que están latentes en ella, acompañando con referencias extra fílmicas, biografía de Kar-Wai y apuntes relevantes.
No creo que nadie de RNE lea esto, pero estaría muy bien que hicieran lo mismo con 2046, mucho más incomprendida que su predecesora, en donde se muestra la nueva forma de vida del Sr. Chow con un estilo narrativo totalmente diferente pero necesario.
Los que no la hayan visto deberían oír hasta el minuto 24 ó 31. Los demás (la escasa minoría) se lo deberían empapar entero.
Jiro Taniguchi es un autor que deja patente en sus obras su preocupación por las familias felices que sufren una ruptura. Un dolor nunca manifestado en un sentido trágico exacerbado, no se trata de un cristal hecho añicos, sino de las grietas de un espejo que nadie pudo arreglar.
Barrio Lejano, por tanto, sigue la estela de El almanaque de mi padre, la primera obra que leí del japonés. Tan relacionadas están que podríamos catalogarlas dentro de un mismo ciclo. En ambas se produce una vuelta al pasado familiar, al lugar natal; una experiencia que será agradable (por los buenos momentos vividos) y dolorosa (los hechos que por fuerza mayor torcieron el agradable entorno). Sin embargo, hay dos aspectos que diferencian El Almanaque… de Barrio Lejano.
Primero, que esta última es más larga y más ambiciosa, uno tiene la sensación de que Taniguchi pretendía dibujar un cómic más extenso, de mayor formato. En ese sentido, al ser más largo que su anterior obra, Taniguchi se permite crear esta vez otras subtramas que envuelven al protagonista – Hiroshi, un hombre de mediana edad que al visitar su pueblo natal sufre un accidente que le transporta a su pubertad, pero conservando su consciencia adulta-, como son la relación con su mejor amigo y su amiga-novia (uno de los hallazgos más hermosos del cómic por el choque entre la chica adolescente y el adulto que se hace pasar por adolescente).
Segundo, la forma en que se vuelve al pasado: Barrio Lejano añade un toque “mágico” con el asunto del viaje en el tiempo, muy distinto al absoluto realismo de El almanaque…, cuyo protagonista recuerda su pasado durante el funeral de su padre. Si en éste el protagonista descubría que tenía una imagen totalmente equivocada de su padre, en Barrio Lejano Hiroshi intentará, en cambio, descubrir el motivo de su abandono y, si puede ser, impedirlo... La imagen paterna como una figura dudosa, incompleta y decepcionante que el protagonista necesita aclarar para reconciliar sus resentimientos.
Nuevamente, vemos en Barrio Lejano ese precioso estilo de dibujo ya inconfundible, sus “caras conocidas”, los pequeños detalles cotidianos y… atención, un tratamiento de la historia y de las viñetas que parece que asistimos a una película de cine clásico japonés. Lo digo en serio, si en el futuro tuviera influencia en el mundo del cine intentaría hacerme con los derechos de El rastreador o de Barrio Lejano para adaptarlos a guión… Estoy seguro de que, en buenas manos, se podría hacer algo muy interesante (con esto no pretendo decir que “mis manos” son buenas, no me tachen de prepotente).
Como en El rastreador y El almanaque de mi padre, uno termina de leer Barrio Lejano con la sensación de que le han tocado alguna fibra o que nada en medio de una laguna de emociones... Y después de tres meses de haberlo leído, mi mente parece entrar en calma ante la idea de ir consiguiendo otra obra del amigo Jiro.
Me ocurrió con Chihiro, con Howl y ahora es con una pececita llamada Ponyo. Cuando el Studio Ghibli anuncia que Hayao Miyazaki está preparando su nueva película me pongo un poco nervioso porque sé que es mi acontecimiento cinematográfico por excelencia.
Es cierto, y soy consciente de que hará falta mucha paciencia hasta que la película se estrene en una sala de cine cercana. Como las cosas realmente buenas, las películas de Miyazaki son dos preciadas gotas de agua que caen en tierra arenosa. Una gota por parte de Miyazaki, por su nueva historia, por el nuevo terreno que nos enseña de su incomparable imaginario; y la otra gota es cosa de Hisaishi, mi compositor favorito para demostrar -otra vez- cómo se escribe una enorme banda sonora para una película. Por cierto, estamos hablando de Gake no Ue no Ponyo (Ponyo on a cliff by the sea), en donde Miyazaki vuelve a reivindicar la animación tradicional, esta vez con unos bellísimos escenarios sacados de un storyboard realizado con acuarelas. Todo el metraje del film está realizado completamente a mano.
Estrenada hace un par de meses en Japón (con enorme éxito de crítica y público), comienza la cuenta atrás para conocer la historia de Ponyo y Sosuke. Ponyo, una rojiza y rolliza princesa pez sale del mar y se topa con Sosuke, un niño que vive en una casita sobre un acantilado. Desde entonces, Ponyo sólo tendrá un deseo: el de convertirse en un ser humano. Es decir, una particular versión de La Sirenita de Andersen y del cuento tradicional japonés del pescador Urashima. Miyazaki leyó de pequeño el cuento de Andersen y entonces le decepcionó que sólo los humanos tuvieran alma.
La película se proyectó la semana pasada en la Mostra de Venecia, y a pesar de ser uno de los pocos films que levantó el entusiasmo general de la crítica, el jurado presidido por Wim Wenders (París Texas, El cielo sobre Berlín) la dejó fuera del palmarés. En 2005, la Mostra galardonó el año pasado a Miyazaki con el León de Oro honorífico por toda su carrera.
Ya me estoy comiendo las uñas, pero confío en que dentro de muy poco Aurum se haga con los derechos de distribución en España, pues sé de primerísima mano que anda muy interesada en Ponyo. Para quienes no conozcan aún a la pececita, ahí van los dos trailers del film. Imprescindibles... (cuidado, la canción es muy pegadiza).
Tráiler 1
Tráiler 2
P.D: El reportaje de El País tiene una información errónea: Miyazaki no es el creador ni de Heidi ni de Marco, sino su compañero Isao Takahata. Miyazaki se encargó de los escenarios de ambas series. Se le suele atribuir a él la autoría de esos animes, un error que muchos medios cometen.
Ha nacido una nueva historia de amor emblemática a la que mis ojos y una parte de mis oídos se han entregado por completo, de forma sumisa y callada, originando en mí ese estado de atontamiento indefinido donde se confunden el gozo y la nostalgia…
Es la historia de amor de Wall-e y Eva. Un amor que retorna a los inicios del cine mudo chaplinesco, que pasa por la etapa de oro musical, por el romanticismo woodyniano para alcanzar la cima en un universo de estrellas y ciencia ficción. Esta historia de amor logra algo que sólo los grandes pueden hacer bien del todo: volver al pasado desde el futuro. Es una película que me recuerda de dónde viene el cine y de cómo me enamoré de ese arte.
Andrew Stanton, el director de la película, declaró que Wall-e es como una mezcla de Charlot y de Woody Allen, “sus movimientos son torpes como los de Charlot y es un romántico desesperado como Woody Allen”. Y con todo esto, se me pasan por la cabeza tres puntos:
- Que hay gente que dice que soy muy “chaplinesco”.
- Que hay otros (entre los que se encuentran algunos del primer punto) que me comparan con Woody Allen (y no precisamente por su inteligencia).
- Y que un par de seres allegados no han tardado en compararme con Wall-e.
Es una estupidez, lo sé, pero es una memez que me hace partícipe de ese romance, de esa sensación especial que se tiene de pequeño cuando te comparan con alguien excepcional al que adoras. Y sin saber muy bien cómo, allí estoy en medio de ese ciclo a lo largo de la historia del cine, en medio del precioso idilio de Wall-e y Eva, con los estropicios que toda esa montaña de fantasía cúbica puede transvasar a la vida real.
En mi infancia, mi hermano y yo jugábamos con los muñecos a Batman. Era en la otra casa, mi primer hogar tenía un salón grandísimo para mi yo reducido y se convertía, pues, en el imaginario más perfecto de la ciudad de Gotham. Para ello, mi hermano tenía un Batman con sus alas y su batmóvil, el que sacaron por la película Batman Forever en 1995. No penséis mal, éramos niños y no sabíamos (ni nos importaba) que la película fuese una porquería, simplemente lo muñecos molaban. Yo, lógicamente, tenía un Robin (absteneros de bromas ridículas), que era la representación de Chris O’Donnell en su papel. Si a eso le añadimos los múltiples Playmobil, las piezas de Lego y los desafortunados muñecos que nadie conocía provenientes de rastrillos (que hacían de los malos de turno), ya teníamos más que de sobra para representar con calidad nuestras aventuras. Y eran buenísimas, no había nada que me llenara tanto.
Eso de jugar con los muñecos ya ha pasado, claro está, pero no me avergüenza afirmar que me esforcé por retrasar ese fatídico día en el que el niñito abandona a sus juguetes. Recordando esos momentos puedo asegurar que de pequeño tenía mucha más imaginación que ahora; antes tenía historias a rebosar, cada día podía inventarme alguna situación juguetil con su clímax y todo; era como ser un director de cine de lo más completo, pues te encargabas además de todas las interpretaciones, del guión, del dificilísimo doblaje, del atrezado... hasta de la banda sonora y los efectos de sonido. No es que ahora sea incapaz de ello, quiero decir, de pensar historias, ¿pero para qué me sirven, para qué dejo mi imaginación fluir? La mayoría de las historias que me imagino son simulaciones ideales para solventar algunos aspectos de mi vida que o bien resultan fallidas o no llevadas a la práctica. Y menudos embrollos: esto no me llena nada y no sé qué podría hacer, qué hago para que tal o cual chica me haga caso, dónde podría conseguir un nuevo y motivador trabajo…
Debería haber empezado un blog cuando tenía diez años, seguro que entonces podría escribir más y cosas agradables y entretenidas (aunque por otro lado no estaría capacitado para confeccionar chistes eróticos o sexuales, fui muy avispado de pequeño, pero diez años son diez años…). A ver cuánto soy capaz de escribir a partir de ahora. No prometo nada, no vaya a ser que os decepcione, en ese caso mejor saco mis muñecos (que por supuesto siguen guardados en alguna parte) y quien se quiera apuntar, pues bienvenido sea.