miércoles, 27 de febrero de 2008

Mei

(Sala de variedades)

Como me encontraba en el trabajo, esta mañana no estaba en casa cuando una vecina avisó a mi hermano. La mujer creía que nuestra gatita Mei había sido atropellada.
Cuando regresé a casa ya la habían enterrado mi madre y mi hermano, pero no me enteré hasta un poco más tarde.

Nuestra gatita romana empezó su primer periodo de celos, todavía muy joven y algo pequeña, claro. Era bastante traviesa, casi siempre estaba correteando y jugando, muy hogareña (al contrario que el otro gato que tenemos, más independiente). Le encantaba chupetear los tejidos cuando se ponía a ronronear; en el cuarto de baño observaba atenta cómo limpiábamos la ducha y le llamaba especialmente la atención la manguera (a quien atacaba cuando estaba cerca de ella) y el váter. Como estaba tanto tiempo con nosotros, sus repentinas y largas salidas buscando novio me parecían aún menos habituales. Muy poco contacto con la calle tuvo para empezar a salir tanto tan de repente, no estaba habituada a los peligros de fuera.

Mi hermana está de viaje y sé que le apenará mucho la muerte de la gatita cuando vuelva. La llamamos Mei porque ella quiso: Mei es el nombre de la niña pequeña de la película Mi vecino Totoro, de Hayao Miyazaki (una de las mejores películas de animación de la historia, a la que tengo un gran cariño).

Precisamente, cuando mi madre me dio la noticia, estaba viendo en YouTube un video del compositor Joe Hisaishi junto al cellista Hiroshi Kondo, interpretando The path of the wind. Un precioso tema que pertenece a la banda sonora de la película citada, donde viene el nombre de Mei.




lunes, 25 de febrero de 2008

¡Grande Bardem!

(Sala de variedades)

No había premio que se le pudiera resistir por ese papel como psicópata asesino, despreciable, aterrador, escalofriante, con un odioso peinado que lo encrudece todavía más, tan espeluznante y horrible pero a la vez atractivo... no se le puede quitar la vista de la pantalla hasta que tomas conciencia y te preguntas: ¿por qué me atrae tanto este horrible personaje?

Porque es BARDEM, y ganó el Oscar. Con mayúsculas, porque es así de grande, su dedicatoria española ya ha quedado para la posterioridad.



Nuestro queridísimo Alberto Iglesias no ha tenido la misma suerte y no pudo alzarse con la estatuilla a la mejor banda sonora por Cometas en el cielo. Se lo llevó Dario Marianelli por Expiación, aunque eso sí, al parecer un Oscar también merecido, no como lo ocurrido en la primera nominación de Iglesias por El jardinero fiel, que le arrebató la estatuilla Gustavo Santaolalla por la menos sorprendente Babel (más aún cuando ya recibió el premio por primera vez el año anterior por Brokeback mountain). Hoy escuché precisamente en la radio que Iglesias piensa dejar tarde o temprano la música de cine, y desde aquí le digo al maestro que por favor no lo haga hasta que gane el galardón (a la tercera va la vencida), y que me prometa que volvería al oficio para componerme si alguna vez hago alguna película.

El mejor film de animación recayó en Ratatouille (grande también Brad Bird), aunque me da un poco de pena por Persépolis. Y un rápido listado...

- La guapa Marion Cotillard se llevó el premio a la mejor actriz por La vie en rose (Ellen Page, todavía eres muy joven, ¡ya volverás como nominada!).

- Daniel Day Lewis al mejor actor por Pozos de ambición.

- Tilda Swinton a la mejor actriz de reparto por Michael Clayton.

- Los falsificadores, de Stefan Ruzowitzky, fue la mejor película de habla no inglesa.

- Diablo Cody se lo llevó por su guión original para Juno...

Y No es país para viejos, la gran triunfadora, grandes también los Coen: mejor película, mejor director, mejor guión adaptado y mejor BARDEM.

Así que ya sabes, si aún no has visto la película, aprovecha y ve a verla en pantalla grande. Y escucha a Iglesias en Cometas en el cielo.


Pincha aquí si quieres ver los premiados en otras categorías.
Ah, y feliz cumpleaños, Oscar, por tu 80 aniversario.


viernes, 22 de febrero de 2008

Los secretos del piano indomable

(Ebriedades)

El fin de semana pasado asistí a un curso de piano impartido por un reputado pianista que no conocía: Ángel Sanzo, músico natural de Antequera (uno de los pueblos más hermosos de Málaga, tan lleno de cultura como de recuerdos personales). No pensaba inscribirme en el curso, porque tenía que madrugar sábado y domingo y me iba a ocupar todo el fin de semana (estoy mucho más cansado a raíz de mi nuevo trabajo), pero finalmente me animé. Eso sí, me apunté como oyente y no como alumno activo, es decir: yo no iba a llevar nada para tocar en el curso, sólo iba a estar presente, atento a todo lo que ocurriera. El motivo era bien simple: no tenía ninguna obra lo suficientemente preparada como para mostrarla; y aunque la tuviera, no sería capaz de tocar relajadamente.

Mi profesora de piano se enteró de que me había inscrito como oyente, y la clase previa al curso me informó de que, como no había muchos alumnos inscritos, si hablaba personalmente con la profesora que llevaba la organización, probablemente podría participar como activo aunque hubiese pagado como oyente. Sencillamente era un chollo: la tasa de alumno activo era considerablemente más cara que la del alumno oyente. Sin embargo, yo no estaba nada cómodo con la idea. Mi profesora me recomendó que tocara la Consolación nº 3 de Liszt, que era la que tenía lo suficientemente madura como para presentarla. Yo le agradecí su propuesta y le dije que me lo pensaría, aunque ya tenía bastante claro que no iba a tocar nada.

Nunca había asistido a ningún curso pianístico. La mecánica es la siguiente: cada alumno tenía aproximadamente una hora con el pianista Ángel Sanzo. Una vez que el estudiante tocaba lo que había traído, Sanzo daba su sincera opinión y corregía un sin fin de detalles, ayudando al alumno a interpretar lo que pone una partitura, conocer las intenciones del compositor y mejorar su técnica pianística. Ángel Sanzo demostró ser un excelente pianista y un exigente profesor: aprendí muchas cosas acerca de la interpretación musical y del estudio pianístico. Sanzo podía tocar todo lo que le pusieran por delante, conocía a la perfección las obras y explicaba con total claridad todo lo que corregía, con comparaciones sencillas y un impresionante sentido musical. Algunas de sus frases se me quedaron grabadas, pues a veces interpelaba directamente a lo que podríamos llamar (sin querer ser pedante) la esencia de la música y el porqué de su magia. Puedo asegurar que, gracias a esas horas, puedo comprender mucho mejor lo que un compositor quería decir con su pieza, cómo interpretarlo y cómo sentirlo. Me ha enriquecido mucho, pero también me he sentido bastante impotente.

Al estrado, donde estaba el piano de media cola Yamaha, subieron más de una decena de pianistas, todos más jóvenes que yo (la mayoría eran quinceañeros), con un nivel muy superior al mío (algunos eran incluso un prodigio tocando). He de reconocer que sentí un poco de envidia, pero es el precio a pagar por abandonar el piano tanto tiempo, mucho peor aún si mis habilidades, ya de por sí, eran muy limitadas.

Todo eso hubiese bastado y no me hubiera importado tanto, me decepciono yo solo muchas veces, es pan de cada día; pero lo cierto es que hubo algo que hice mal y con lo que no contaba.
Mi profesora estuvo presente algunas horas del sábado por la tarde. Iba a comenzar la sesión tras el descanso del almuerzo cuando ella aparece justo a mi lado, diciéndome que había hablado con la organizadora por mí y que podía tocar. Me pilló totalmente desprevenido y reconsideré en menos de un segundo mis posibilidades: no llevaba ninguna partitura, no tocaba la obra desde hace unos días y no era capaz de interpretarla de memoria (menos aún en directo con un reducido pero importante público). Claramente le dije que no, pero con esa sonrisilla tonta que a veces me sale y que tanto odio. Mi profesora volvió a su asiento, me sentó bastante mal tirar por balde el esfuerzo que ella había hecho para que tocara en el curso. Al menos, me disculparé cuando la vuelva a ver en la próxima clase.

Encima, luego fantaseé imaginándome allí arriba: tocando como nunca podría hacerlo, tan bien que sorprendía a todos, incluso al pianista estrella.


La pianista, Ian Campbell



Página oficial del pianista Ángel Sanzo:

www.angelsanzo.com

viernes, 15 de febrero de 2008

My blueberry songs

(Sala de variedades)

Cuando escuché la canción de
My blueberry nights exclamé interiormente: "¡qué buena!". Como Norah Jones es la actriz principal de la película (su debut en este oficio) deduje que era suya, pero error: ya me parecía su voz demasiado ronca y gélida, y el estilo de la canción no cazaba del todo... Luego me enteré de que se trataba de un tema de Cat Power: The Greatest. La canción parece hecha a propósito para una película de Wong Kar-Wai, tiene dentro de ella una mezcolanza extraña de emociones, puede parecer triste, esperanzadora, nostálgica, dulce... como las películas del cineasta chino.

La semana que viene se estrena por fin My blueberry nights en España. No me espero ninguna obra maestra, pero estoy seguro de que el bueno de Won va a emocionarme como él bien sabe, con esos personajes a la deriva, dolientes, con la música de Umebayashi y esos hermosos planos que tanto condensan, que para nada llegan a ser un esteticismo recargado y efectista (2046 es una necesaria excepción, si continuara con ese estilo exacerbado y recalcado entonces cambiaría de opinión). Espero que tenga una buena distribución en salas, supongo que Vértigo Films se comportará, como suele hacer.
Tengo ganas de volver a escuchar la canción; me la estoy poniendo por la mañana cuando voy al trabajo, de algún modo me da una extraña energía.

Aunque me gusta más la versión original en estudio, este directo de The Greatest está bastante logrado (en otros a Chan Marshall, l
a cantante, se le va un poco la olla).






ACTUALIZADO (22-02-2008): Desgraciadamente, la película My blueberry nights se ha vuelto a retrasar. Su fecha de estreno está pendiente por confirmar.

El sitio oficial del film es el siguiente:
www.myblueberrynights.es

jueves, 7 de febrero de 2008

La chica de la estación

(Ebriedades)

Este año, las compras de los Reyes Magos las hice el mismo día cinco de enero por la tarde. Nunca había dejado las compras de Reyes para el último día, supongo que cada vez soy peor persona.

Cuando terminé, fui a la estación para coger el último autobús que iba a mi pueblo. A esas horas, hay pocas personas en los andenes esperando. Una de ellas era una chica que atrajo mi atención sin saber por qué, quizás por el hecho de que era sudamericana. No era precisamente guapa y estaba rellenita, pero a mí me seguía llamando la atención (de hecho, he de confesar que me gustan las mujeres rellenitas): la chica transmitía un extraño aura. De vez en cuando la miraba de reojo (estoy seguro de que se dio cuenta), hasta que descubrí qué era lo que captaba tanto mi atención: la chica estaba lagrimeando. Cuando me percaté, algo dentro de mí se encogió; ella lloraba en silencio, sus ojos estaban húmedos, contenía las lágrimas pero por las mejillas se dibujaba un hilillo brillante. No pude evitar sentir compasión por ella, hace un momento había visto gente derrochando dinero comprando regalos, las calles del centro atiborradas de gente expectante por la cabalgata… no esperaba encontrarme ese día con la otra cara de la moneda.

Empecé a mirarla todavía más, de soslayo, aunque a veces no era capaz de evitarlo y la miraba casi descaradamente. Enseguida imaginé los problemas típicos de una inmigrante, creyendo que podía ser el caso de esa pobre chica que estaba llorando la víspera de un día de Reyes. Mi autobús llegó, y como no hizo ademán alguno de subir intuí que estaba esperando otro. Estaba a punto de ponerme en la cola, de cinco o seis personas, cuando ella me habló.


“Perdona, ¿sabes si este autobús va a Alhaurín?”.

Me quedé un segundo inmóvil. No sé si por el hecho de que para nada me hubiera imaginado que me dirigiría palabra alguna, o tal vez porque su voz tenía tal dulzura que tampoco me hubiera imaginado que hablara así. Con su frase salió a relucir su melodioso acento latino, aunque no sabría decir a qué región pertenecía. Le respondí prácticamente enseguida, esperando que no se diera cuenta de cómo me había sorprendido que me hubiese hablado. Mi respuesta, por desgracia, no le solucionó la vida: le dije que mi autobús no iba a Alhaurín, ella volvió a preguntarme si sabía dónde se tomaba, y yo creía que en el andén en el que estaba ella en ese momento. Pero ante mi inseguridad, le recomendé que fuera a las ventanillas a preguntar. Sin embargo, cuando le dije esto último, ella miró hacia el interior del recinto con una expresión tal que supe enseguida que no iría a preguntar nada. Me despedí, y cuando lo hice me di cuenta de que mi última palabra sonó demasiado fría. No se lo dije, pero a esa hora era probable que ya no hubiera más autobuses.

Ya en mi asiento vi cómo ella se había sentado en el suelo y abrí mi libro de Memorias de una geisha por la página por la que iba: justo cuando la pobre Sayuri, todavía niña, se encuentra por primera vez con el Presidente y la ayuda a enjugarse las lágrimas, reanimándola por completo.

Cuando volví a mi casa consulté el horario de los autobuses. Si alguien en Málaga te dice que va a Alhaurín puede ir a dos sitios distintos: Alhaurín el Grande o Alhaurín de la Torre. Para uno no había más autobuses a aquella hora, para el otro quedaba el último por salir.