(Ebriedades)
El fin de semana pasado asistí a un curso de piano impartido por un reputado pianista que no conocía: Ángel Sanzo, músico natural de Antequera (uno de los pueblos más hermosos de Málaga, tan lleno de cultura como de recuerdos personales). No pensaba inscribirme en el curso, porque tenía que madrugar sábado y domingo y me iba a ocupar todo el fin de semana (estoy mucho más cansado a raíz de mi nuevo trabajo), pero finalmente me animé. Eso sí, me apunté como oyente y no como alumno activo, es decir: yo no iba a llevar nada para tocar en el curso, sólo iba a estar presente, atento a todo lo que ocurriera. El motivo era bien simple: no tenía ninguna obra lo suficientemente preparada como para mostrarla; y aunque la tuviera, no sería capaz de tocar relajadamente.
Mi profesora de piano se enteró de que me había inscrito como oyente, y la clase previa al curso me informó de que, como no había muchos alumnos inscritos, si hablaba personalmente con la profesora que llevaba la organización, probablemente podría participar como activo aunque hubiese pagado como oyente. Sencillamente era un chollo: la tasa de alumno activo era considerablemente más cara que la del alumno oyente. Sin embargo, yo no estaba nada cómodo con la idea. Mi profesora me recomendó que tocara la Consolación nº 3 de Liszt, que era la que tenía lo suficientemente madura como para presentarla. Yo le agradecí su propuesta y le dije que me lo pensaría, aunque ya tenía bastante claro que no iba a tocar nada.
Nunca había asistido a ningún curso pianístico. La mecánica es la siguiente: cada alumno tenía aproximadamente una hora con el pianista Ángel Sanzo. Una vez que el estudiante tocaba lo que había traído, Sanzo daba su sincera opinión y corregía un sin fin de detalles, ayudando al alumno a interpretar lo que pone una partitura, conocer las intenciones del compositor y mejorar su técnica pianística. Ángel Sanzo demostró ser un excelente pianista y un exigente profesor: aprendí muchas cosas acerca de la interpretación musical y del estudio pianístico. Sanzo podía tocar todo lo que le pusieran por delante, conocía a la perfección las obras y explicaba con total claridad todo lo que corregía, con comparaciones sencillas y un impresionante sentido musical. Algunas de sus frases se me quedaron grabadas, pues a veces interpelaba directamente a lo que podríamos llamar (sin querer ser pedante) la esencia de la música y el porqué de su magia. Puedo asegurar que, gracias a esas horas, puedo comprender mucho mejor lo que un compositor quería decir con su pieza, cómo interpretarlo y cómo sentirlo. Me ha enriquecido mucho, pero también me he sentido bastante impotente.
Al estrado, donde estaba el piano de media cola Yamaha, subieron más de una decena de pianistas, todos más jóvenes que yo (la mayoría eran quinceañeros), con un nivel muy superior al mío (algunos eran incluso un prodigio tocando). He de reconocer que sentí un poco de envidia, pero es el precio a pagar por abandonar el piano tanto tiempo, mucho peor aún si mis habilidades, ya de por sí, eran muy limitadas.
Todo eso hubiese bastado y no me hubiera importado tanto, me decepciono yo solo muchas veces, es pan de cada día; pero lo cierto es que hubo algo que hice mal y con lo que no contaba.
Mi profesora estuvo presente algunas horas del sábado por la tarde. Iba a comenzar la sesión tras el descanso del almuerzo cuando ella aparece justo a mi lado, diciéndome que había hablado con la organizadora por mí y que podía tocar. Me pilló totalmente desprevenido y reconsideré en menos de un segundo mis posibilidades: no llevaba ninguna partitura, no tocaba la obra desde hace unos días y no era capaz de interpretarla de memoria (menos aún en directo con un reducido pero importante público). Claramente le dije que no, pero con esa sonrisilla tonta que a veces me sale y que tanto odio. Mi profesora volvió a su asiento, me sentó bastante mal tirar por balde el esfuerzo que ella había hecho para que tocara en el curso. Al menos, me disculparé cuando la vuelva a ver en la próxima clase.
Encima, luego fantaseé imaginándome allí arriba: tocando como nunca podría hacerlo, tan bien que sorprendía a todos, incluso al pianista estrella.
La pianista, Ian Campbell
Página oficial del pianista Ángel Sanzo:
www.angelsanzo.com